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Vinieron a por mí en febrero. Dos funcionarios. Una mujer y un hombre con caras de frío y expresión amable. El timbre había resonado con intensidad y tono extraños. Aún no sabía quién estaba al otro lado y sin embargo ya abrí la puerta con la respiración entrecortada.

Los funcionarios amables y fríos me entregaron la citación antes de que pudiera balbucir palabra. Debía presentarme a las diez de la mañana del día siguiente en el Edificio de Transbordo Veintidós.

Tardé en reaccionar y perdí el plazo de presentar alegaciones: «no estoy preparada», «soy demasiado joven», «es injusto que me haya tocado tan pronto», «yo tenía otros planes», «no quiero esto ahora», «yo no he elegido esto».

Los dos funcionarios dieron muestra enseguida de su eficaz adiestramiento. Trataron de calmarme en cuanto notaron mi dificultad para respirar:

—Todo va a salir bien, Ingrid. Vas a un mundo paralelo. Allí tendrás lo mismo que aquí. Exactamente lo mismo. No echarás nada en falta. Salvó el tiempo. Tendrás menos. Pero enseguida te adaptarás.

Yo les sonreí.

Sí. Les sonreí.

Sonrío demasiado a gente que no se lo merece. Tengo que cambiar esta mala costumbre.

Quién iba a imaginar que mi vida iba a sufrir una inflexión tan brusca.

El año había empezado como cualquier otro. Con pancartas en todos lados proclamando, deseando, exigiendo un feliz 7999. Recuerdo la que flotaba sobre la masa de gente que se agitaba al compás de la música electrónica. Con alguna copa de más, yo miraba fijamente aquel cartel de año nuevo, intentando descubrir cómo se sostenía en el aire sin ataduras visibles con el techo.  Había truco. Siempre lo hay.  Pero no lo descubrí. Aquel feliz 7999 sobrevolaba misteriosamente las cabezas, se cernía sobre la mía mientras apuraba risueña la copa, sin sospechar que aquel iba a ser mi año del transbordador.

A todos nos llega un día el transbordador. No es justo. Tampoco injusto. Se trata de un planeta superpoblado y un horizonte de universos paralelos que a todos nos parece lógico habitar. Pero cuesta acostumbrarse.

Siempre imaginé que el día que me tocara abandonar el universo que conocía, luminoso, cómodo, alegre, irresponsable, templado, joven, tendría claro mi destino. Imaginaba que el día que pusiera un pie en el transbordador, la ilusión mataría el miedo a la nueva vida que me esperaba.

Nunca se me ocurrió pensar que el día del transbordador iba a llegarme demasiado pronto ni que me arrastraría a un destino que se parece tan poco a lo que había soñado. A veces el transbordador arrasa con todo.

Dicen que es cuestión de acostumbrarse y que una vez que te habitúas no te acuerdas de cómo era antes, salvó en contadas ocasiones.

Es verdad. Pero cuesta. Sobre todo en las intersecciones del multiverso. Donde confluye todo el mundo. Donde convivo con gente que jamás ha subido a un transbordador. Gente con vidas como la que yo tenía antes, luminosa, cómoda, alegre, irresponsable, templada, joven. Una vida que está ya muy lejos, a un universo entero de distancia.

Ahora, aquí, donde falta el tiempo, todo es urgente y apremia. La gravedad más severa rige el nuevo universo. Tormentas violentas inquietan el ánimo con frecuencia. Se suceden lluvias adversas, riadas de problemas, noches en vela. Hay que respirar profundo para resistir la falta de sueños y el cansancio. Cuesta mucho aceptar que todo este universo de dificultades ahora me pertenece, y soy yo quien tiene que resolverlo.

Hay gente que recurre a las mafias para escapar. Sale caro. Al final sale muy caro. Pero les da igual. Hay que ser mafioso para salir huyendo de la gravedad que traspasa este mundo, y cargar a otros con el universo de responsabilidades que abandonan. ¡Mafiosos!

Hay gente que recurre a la magia para escapar.  Gente que, sin que aciertes a saber cómo, te devuelven un poco de aquella luz de antes. Un paseo,  una risa, hasta con una palabra alivian el peso del mundo. Te devuelven sin transbordador un pedazo de aquella vida cómoda, alegre, irresponsable, templada, joven. Luego es un poco menos difícil batallar contra las sombras.

*Fotografía base del diseño: Rakicevic Nenad, Pexels. 


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 Novelas


Dos historias sobre la dificultad de habitar mundos tan diferentes a los que soñábamos

Portada de la novela Pasos en la escalera de Laura Rivas Arranz

Pasos en la escalera

Enero. Un día al atardecer alguien cae al vacío por la ventana de un edificio.

Cuatro meses antes, una universitaria principiante se instala en el sexto piso. Subiendo y bajando por las escaleras, irá encontrándose con su vecinos: el niño-Batman, la niña fea, el médico del botiquín desmantelado, una abuela que extravía recuerdos, la dependienta que no vende, un escritor con batidoras en la maleta.

El perturbado del séptimo sabe que puedes leer sus pensamientos. En lo alto del edificio un astrónomo deprimido vigila con obstinación la luna.

Interesados, suban hasta la azotea. En caso de pérdida, sigan el rumor de pasos en la escalera.

Valoraciones de lectores 4,1 sobre 5. Pasos en la escalera
Portada de la novela "Rompecabezas"

Rompecabezas

Un colegio es un edificio gris habitado por alumnos de primera, de segunda y de tercera clase. Un lugar frecuentado por atracadores de recreos, ladrones de voces, niños invisibles. Esta es una historia sobre colegios, rompecabezas y niños algo rotos.

La narración abarca dieciséis horas en la vida de tres adolescentes, al borde de la mayoría de edad. Antes de adentrarse para siempre en el país de los adultos, los tres jóvenes exploran los rincones oscuros del colegio...

Valoraciones de lectores. 3,8 sobre 5. Rompecabezas
laurarivasarranz.com
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