La Vegetariana es la historia de un crimen perfecto. Bueno, en realidad, de dos. Han Kang relata, con un simbolismo bello pero también siniestro, el asesinato emocional y lento que tres hombres van cometiendo sobre dos mujeres hasta dejarlas sin vida, muertas en vida.
Aunque La Vegetariana sea la historia de dos crímenes, la intriga de la novela no es averiguar la identidad del asesino; asesinos, en este caso. Así que los voy a señalar abiertamente con el dedo cargado de rabia: son el padre y los respectivos maridos de Yeonghye e Inhye, las hermanas que protagonizan esta historia.
Yeonghye e Inhye crecieron en una familia abusiva. Un padre que las maltrataba, una madre cómplice que se lo consentía —y sigue consintiéndoselo—, y un hermano que es un personaje tan secundario, que para Yeonghye e Inhye daría casi lo mismo si nunca hubiera existido; total, ni se ocupa ni se preocupa por ellas.
Las niñas se hacen mujeres, se casan y… nada cambia. La vida en pareja de las hermanas es un nuevo rosario de abusos, desprecios, explotaciones… Estos maridos son hombres que no golpean con las manos, los puños o a patadas, aunque sí las violan cuando a ellas no les apetece tener sexo. Pero quitando esas horrendas noches de agresiones sexuales, en general su violencia no es física, delictiva, estos dos maridos ejercen una violencia cotidiana muy camuflados, dando rienda suelta a un egoísmo terrible en medio de una desoladora apariencia de normalidad.
Ambos conviven con sus respectivas esposas como quien convive con su lavaplatos. Sus parejas cumplen una serie de funciones: ellas se ocupan de la casa, les hacen la comida, ellas trabajan además fuera del hogar así que también aportan dinero —en el caso de Inhye incluso aporta ella todo el dinero—, y además les dan sexo. Si sus esposas son felices o no, si sufren o no, es algo que a ninguno de estos dos maridos les importa lo más mínimo. Ya hemos dicho que para estos dos hombres convivir con su mujer es igual que convivir con un lavaplatos. Y quién va a plantearse si su lavaplatos sufre o es feliz… Mientras el lavaplatos siga funcionando como ellos desean, para ellos todo está bien.
Y de este modo se va pasando la vida de las dos hermanas, hasta que un buen día Yeonghye decide que ya está bien. Lo repito: ¡ya está bien! Y se hace vegetariana. Vegetariana en contra de la voluntad de su padre y de su ojiplático marido, que ve como su mujer-lavaplatos se le estropea…
Este es el planteamiento de la historia que desarrolla Han Kang en La vegetariana. Una novela que es en realidad un grito. El grito que lleva Yeonghye atascado en el pecho, que intenta aliviar primero negándose a llevar sujetador, y más tarde negándose a comer carne. También es el grito que da Inhye en el hospital de dementes, junto a la camilla de su hermana enferma. Gritan porque ya no pueden más. Porque el sufrimiento es demasiado grande y ya no lo aguantan.
tuvo la sensación de que nunca había vivido y se sintió sorprendida. Era cierto. No había vivido realmente. Desde que tenía uso de razón, no había hecho otra cosa que aguantar.
La vegetariana es un grito contra las violencias. Contra la violencia de género. Contra la violencia de quien se cree con derecho a imponerse, a manipular en su beneficio a otra persona, a utilizarla. Un grito contra el sufrimiento evitable del mundo. El que provocan algunas personas con su egoísmo. El que provocan los que descubren necesidades en los otros —o incluso los que les crean necesidades a los otros—, para aprovecharse y usarlas luego en su propio beneficio, sin que les importe cuánto daño puedan causar:
—Ahora que tengo estas pinturas en el cuerpo, ya no sueño. Me gustaría que me las volvieras a pintar cuando se me borren.
No podía comprender del todo lo que ella le estaba diciendo, pero apretó con más fuerza el auricular. ¡Ya está!”, murmuró para sus adentros. Era posible que accediera. Quizá incluso accediera a todo lo que le pidiera.
Los seres humanos nacemos preparados para aguantar el sufrimiento; es nuestra naturaleza. Sabemos que nacemos para morir; mientras vivimos sabemos que en cualquier momento podemos enfermar, y que pueden enfermar también aquellos a los que queremos; y por si todo esto no fuera suficiente, poblamos un planeta que un día cualquiera puede partir nuestro mundo por la mitad con desastrosos terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas… Pero el ser humano resiste, afronta las tragedias, aguanta, aguanta, aguanta…
La gente comía, bebía, iba al baño, se bañaba y seguía viviendo después de pasar por cualquier hecho, incluso el más terrible. A veces hasta se reía a carcajadas.
Esta capacidad para sufrir y resistir, la resiliencia humana, es maravillosa. Pero también es aterradora, porque corremos el riesgo terrible de llegar a aguantar lo que no debemos, lo que nunca hay que aguantar. Y eso es, creo yo, lo que nos grita esta novela: ya está bien de aguantar abusos de otras personas; se acabó.
La vegetariana es la historia de este grito, de estos dos gritos. Pero es también la historia de dos sueños. El de Yeonghye que fantasea hasta la locura con transformarse en árbol, y el del hijito de Inhye, que una noche mientras duerme ve a su madre transformada en un «pajarito blanco» con el que enseguida Inhye se identifica. Las dos protagonistas desean ser libres como un árbol en un “frondoso bosque estival”, libres como un pájaro. Entre líneas, las dos hermanas están alzando al cielo la misma queja que alzó hace más de trescientos años el Segismundo de Calderón: «¿Y teniendo yo más vida, tengo menos libertad?».
Se asoma Calderón de la Barca a esta reseña, porque fue él quien nos avisó de que todo en esta vida es sueño. Contra las cadenas, contra las esclavitudes hay que soñarse libre. Si perdemos la esperanza y nos resignamos a someternos, si dejamos de soñar, si no defendemos nuestra libertad, ya estaremos muertos aunque sigamos respirando, comiendo, caminando… Y entonces, la única liberación ya sólo podrá ser dejar de respirar:
¡Noooo… quieroooo…! ¡No quiero… comeeer!
Inhye formula un deseo tal vez esperanzado, y tal vez también desolador:
—Quizá todo esto… le susurra a Yeonghye […] no sea más que un sueño […] En los sueños todo parece real, pero cuando te despiertas te das cuenta de que no es así… Cuando despertemos algún día, entonces…
Lo que impresiona de este párrafo es que está tan lleno de esperanza como de completa desesperación. «Cuando te despiertes», «Cuando despertemos”, susurra Inhye a su hermana. Fue Calderón de la Barca quien nos explicó que morir es «despertar en el sueño de la muerte». Ojalá que no sea éste el despertar del que habla Inhye, el despertar de la maltrecha Yeonghye. Han Kang nos regala a los lectores, y a sus dos protagonistas, un final abierto. Aprovechémoslo para soñar a Yeonghye e Inhye vivas, libres. Escuchemos el grito de estas dos hermanas, que aguantaron hasta no poder más, y soñémonos también nosotros vivos, libres, sin soportar más abusos ni egoísmos de nadie, sin que nos pisen, sin que nos usen. Soñémonos libres, y lo seremos.
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
«La vida es sueño». Calderón de la Barca
La vegetariana desarrolla los mismos temas centrales que preocupaban a Calderón en La vida es sueño: la libertad y los sueños. Temas fundamentales, porque constituyen en realidad el motor de la vida, de las vidas de cada uno de nosotros
La Vegetariana es una novela tan calderoniana, que estoy convencida de que a Calderón le habría fascinado leerla. Él ya no puede hacerlo, pero tú sí. Así que si no la has leído, ¡no te la pierdas! Pero te prevengo: duele conocer a Yeonghye y a Inhye. Incomodan muchas de las páginas de esta novela. Están escritas para despertar del atolondramiento; están escritas para cambiar el mundo. ¡Despertemos!
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